San Martiño do Couto

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Recostado sobre la ladera de la rivera de la margen derecha del río Xuvia, se alzan los restos del que en tiempos fue el monasterio de San Martiño de Xuvia. Poco resta del esplendor que sin dudo tuvo este cenobio benedictino, que según se asegura sus orígenes hay que buscarlos en el siglo VIII, aunque los restos, pocos para lo que debió de ser, no alcanzan más allá del siglo XII.

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Una iglesia románica, de tres naves y tres ábsides semicirculares, con crucero en planta, con cubierta de madera a dos aguas en las naves y bóvedas de cascarón en los ábsides, dan cuenta de lo que debió de ser un potente monasterio, cuyas posesiones abarcaban una buena extensión. Buena prueba de ellos nos lo da, por ejemplo el nombre aún conservado de la picota, que recuerda el pasado feudal de los señores que mandaron e impartieron justicia en la zona. Desaparecida la picota, como la mayor parte que poblaron los campos y ciudades de España tras la abolición del feudalismo en las Cortes de Cádiz, el nombre nos retrotrae a otras épocas, otros momentos, otras mentalidades. ¿Cuántos hombres y mujeres serían expuestos a la vergüenza pública en dicha picota? ¿Cuántos miembros descuartizados habrán pendido de sus brazos hasta pudrirse como advertencia? ¿Cuántos hombres y mujeres al pasar frente a la picota se habrán santiguado en memoria de los que fueron ajusticiados en ella?

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Hoy, pocos son los restos que perduran de pasados esplendores. resta la iglesia, que orgullosa aún se mantiene en pie, tras la declaración de BIC por las autoridades allá por los años 70 del pasado siglo, pero mucho ha sido lo que ha desaparecido por el tiempo que inexorable se lleva consigo una parte importante. El claustro, el edificio monacal, que albergó una numerosa comunidad dúplice. Todo desaparecido. Restan leyendas de túneles, de galerías secretas. Queda el recuerdo de barbaridades y crímenes cometidos a los pies de sus muros en la guerra civil. Queda la historia, pendiente de un buen estudio que restituya el esplendor y la importancia que en su momento tuvo sin duda el cenobio.

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No ha sido fácil la supervivencia del comunmente conocido como «el convento». Los últimos años de vida de las orgullosas ruinas ha estado plagada de amenazas, que el progreso y la civilización han puesto en continuo peligro. Primero, hace ya un buen número de años, fue la vía del ferrocarril, que le cortó el camino a la ribera. Mucho más reciente fue la construcción de un conjunto residencial de viviendas unifamiliares a escaso cientos de metros del monasterio, que rompía de manera absolutamente brutal la vista del conjunto histórico. es difícil comprender como Patrimonio ha permitido algunas de estas agresiones. En los últimos años, la autopista ha acabado por romper un paisaje y un entorno que se merecía un trato mejor.

Sirvan estas reflexiones como grito en defensa de un patrimonio que se está perdiendo. No es solamente este monasterio, importante por su valor histórico y artístico, el único damnificado por eso que se ha dado en llamar «progreso». Son múltiples los atentados que se cometen a diario contra una parte importante de nuestra historia.

El auténtico progreso no consiste en construir sin tener en cuenta lo que se destruye. El progreso ha de significar el preservar los restos de nuestra historia, de nuestro patrimonio. La pérdida, el deterioro de estos restos, significa una pérdida irrecuperable de nuestra vida, de nuestros recuerdos, de nuestra historia. No es el paso del tiempo lo que más hay que temer. El tiempo es inexorable, pero de lo que realmente hay que estar en guardia es de la incuria y la desidia del ser humano, que en muchas ocasiones por falta de respeto y en otras, por oscuros e inconfesables objetivos, persiguen la destrucción de un patrimonio que a todos y todas nos pertenece.